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Chapter 4 - 4 episodio: El Pacto con la Oscuridad

Tras su experiencia en el Templo de la Luz y la Sombra, Takeshi regresó a la mansión ancestral de los Kurogane. Ya no era el mismo joven que había partido. Algo en él había cambiado, forjado por visiones, revelaciones y el peso de la historia familiar que ahora ardía en sus venas como un llamado imposible de ignorar.

La mansión, antaño símbolo de prestigio y esplendor, lo recibió con un silencio cargado. Las puertas, antes abiertas con orgullo, se mantenían cerradas como párpados temerosos. El aire estaba denso, pesado, saturado de una oscuridad que no era natural. Las ventanas filtraban una luz mortecina, y la brisa que solía mecer los cerezos ahora traía consigo susurros… voces que no pertenecían al mundo de los vivos.

Los sirvientes habían huido semanas atrás. Los aldeanos del pueblo ya ni siquiera miraban en dirección a la colina. Algunos decían que las sombras de la casa se movían solas. Otros, que Ayumi había muerto y su espíritu se arrastraba por los corredores.

Pero Takeshi sabía la verdad. Su prima aún estaba viva, atrapada por la maldición que consumía su linaje como una raíz podrida extendiéndose por generaciones.

No podía enfrentarla solo.

Recordando las viejas historias que su madre le contaba de niño, Takeshi pensó en los Hayabusa, un clan casi extinto de cazadores de demonios. Guerreros que caminaban entre mundos, nacidos de acero, devotos del equilibrio, conocidos por su dominio del chi espiritual y su conocimiento sobre maldiciones ancestrales. Se decía que en una aldea oculta en lo más profundo del bosque Aokigahara, algunos descendientes aún vivían.

Partió sin demora.

El viaje fue arduo. Caminó días enteros entre árboles retorcidos y caminos que desaparecían tras sus pasos. Pero al final, los encontró: hombres y mujeres de mirada firme, con tatuajes místicos en sus brazos, que lo rodearon al instante, con lanzas apuntando a su corazón.

—¿Eres Kurogane? —preguntó uno de ellos con voz grave.

Takeshi asintió, sin levantar la mirada.

—Vengo en busca de ayuda. Una sombra se ha alzado… y ha tomado a alguien que amo.

Durante un largo momento, el silencio fue total.

Entonces, un anciano de rostro curtido y ojos como piedra emergió del grupo. Caminaba con lentitud, pero su presencia dominaba el lugar.

—Soy Hiroshi Hayabusa. Mi clan recuerda las alianzas del pasado. Pero también las traiciones. ¿Por qué deberíamos ayudarte?

—Porque si no lo hacen —dijo Takeshi—, esa sombra llegará hasta ustedes.

Hiroshi lo observó con detenimiento. Luego asintió.

—Entonces entrenarás con nosotros. Pero si caes… no llevaremos tu cuerpo de vuelta.

Semanas pasaron.

Takeshi entrenó desde el amanecer hasta que la luna lo obligaba a detenerse. Aprendió a canalizar su energía espiritual, a leer las marcas que dejan los demonios, a usar el símbolo de su linaje como ancla para proteger su mente del engaño.

Hiroshi era implacable, pero justo. Enseñó a Takeshi a combatir no solo con fuerza, sino con intención. Cada movimiento debía tener propósito. Cada herida, una lección. Con el tiempo, otros miembros del clan —como Kaede, una joven experta en sellos mágicos, y Daisuke, un forjador de espadas espirituales— comenzaron a verlo no como un heredero maldito, sino como uno de los suyos.

Pero mientras Takeshi crecía, la maldición también lo hacía.

Desde la distancia, sentía que la mansión respiraba más oscuridad. Los sueños se volvían más oscuros. En uno de ellos, vio a Ayumi cubierta de símbolos oscuros, con los ojos vacíos y una sonrisa que no le pertenecía. Supo entonces que no podía esperar más.

La noche en que partieron, el bosque estaba inquieto. El aire zumbaba con energía.

Takeshi, Hiroshi, Kaede y otros cinco guerreros descendieron la colina que rodeaba la aldea Hayabusa, armados con espadas selladas, talismanes y conocimientos antiguos.

La mansión Kurogane los esperaba como una bestia dormida.

Desde el momento en que cruzaron sus puertas, fueron atacados. Criaturas retorcidas, sombras con forma de arañas humanas, surgían de las paredes. Los talismanes brillaban con intensidad. Las espadas cortaban carne que se deshacía en humo. Cada sala era una trampa, cada escalera, una prueba.

Los retratos ancestrales lloraban sangre. Los espejos mostraban reflejos que no eran suyos. El suelo se movía como si respirara. Kaede colocó sellos para neutralizar los encantamientos mientras Daisuke abría camino a espadazos. Takeshi lideraba, guiado no por la vista, sino por un tirón invisible que lo llevaba hacia el núcleo de la oscuridad.

Ayumi.

La encontraron en el salón familiar. El lugar estaba cubierto de raíces negras que pulsaban como venas. En el centro, sobre un trono improvisado de huesos, estaba Ayumi.

Irreconocible.

Su cabello flotaba como bajo el agua. Sus ojos eran pozos sin fondo. Habló, pero no con su voz.

—Takeshi… siempre fuiste el más débil.

Hiroshi levantó su espada, pero Takeshi lo detuvo.

—Déjenmela a mí.

La batalla fue más espiritual que física. Ayumi conjuró ilusiones, serpientes de sombra, proyecciones de odio. Pero Takeshi se aferró a sus recuerdos: la risa de ella cuando eran niños, las noches contando estrellas en el jardín, el abrazo que compartieron cuando perdieron a sus padres.

Finalmente, cayó de rodillas. Sacó el pergamino que había copiado en secreto del Templo. Recitó las palabras con voz temblorosa pero decidida. Luz comenzó a emanar de su pecho. La oscuridad gritó. Ayumi se retorció, luchando por liberarse.

Y entonces, Takeshi hizo lo impensable: la abrazó.

—No eres una maldición —susurró—. Eres mi familia.

La energía estalló en una tormenta de luz. Los sellos brillaron. Las raíces se deshicieron. El grito de la sombra fue largo… y luego, cesó.

Ayumi colapsó entre sus brazos, humana de nuevo.

Al amanecer, la mansión estaba en ruinas. Muchos de los Hayabusa habían caído. El silencio lo envolvía todo, pero esta vez era distinto. No era amenaza. Era duelo.

Takeshi y Ayumi estaban sentados frente a los escombros. Ella lloraba en silencio. Él no la soltaba.

—¿Ha terminado? —preguntó ella.

—No —respondió Takeshi—. Pero ahora sé cómo luchar.

La maldición había sido contenida, no destruida. Y para entender su origen, tendrían que ir más lejos, más atrás. Hacia los verdaderos orígenes de los Kurogane.

El viaje continuaba.

Y el precio de la luz apenas comenzaba a contarse.

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