Cherreads

Chapter 40 - CAPITULO 5

Un Nombre Más Simple para una Bestia Más Grande

Los Orkos no eran conocidos por su elocuencia.

Para ellos, los nombres complicados eran una molestia innecesaria.

Y "Quetzulkan"…

Era un maldito trabalenguas.

Al principio, intentaron pronunciarlo.

—¡KEH-TZUL-KAN!

—¡KETZ-LAKAN!

—¡KETZ-KULAN!

Pero ninguno lo decía bien.

Hasta que un Nob, frustrado, bufó con desdén y simplemente gruñó:

—¡EH, QUETZ!

Y así quedó.

Los Orkos ya no lo llamaban Quetzulkan.

Ahora, era solo "Quetz".

Quetzulkan, lejos de ofenderse, lo aceptó con gusto.

Era un nombre más simple.

Más directo.

Más Orko.

Y con una sonrisa feroz, rugió con aprobación:

—¡ME GUSTA! ¡DESDE HOY SOY QUETZ!

Los Orkos celebraron con gritos y golpes en el pecho.

El WAAAGH! rugió con más fuerza.

Y la leyenda de "Quetz" se extendió por la galaxia.

Pero la guerra nunca se detiene.

La galaxia seguía llamando a su monstruo de guerra.

Y "Quetz" respondía con un rugido y un nuevo desafío.

Nuevas facciones.

Nuevos guerreros.

Nuevas masacres.

------------------------------------------------------------

El cielo era gris, siempre gris.

Un mundo muerto.

Los restos de una ciudad imperial se erguían como espectros del pasado.

Torres derruidas, calles enterradas en ceniza, ruinas en donde una vez hubo grandeza.

Pero aquí no había paz.

Aquí solo había guerra.

La batalla rugía entre las ruinas, un infierno de fuego y acero.

Los Orkos, desenfrenados como bestias salvajes, cargaban con sus enormes machetes, bólteres improvisados y gritos de guerra.

El WAAAGH! resonaba por todo el campo de batalla.

Pero sus enemigos no huían.

Los Korps de Krieg se mantenían firmes.

No gritaban.

No temblaban.

No retrocedían.

Eran soldados de la muerte.

Cubiertos de polvo y sangre, sus máscaras de gas ocultaban toda emoción.

Eran sombras avanzando a paso firme, indiferentes al peligro, al dolor, al horror.

Y cuando los Orkos se abalanzaron sobre ellos, rugiendo por sangre…

Los Korps sacaron sus palas.

No porque no tuvieran balas.

No porque no tuvieran bólteres.

Sino porque el combate cuerpo a cuerpo era inevitable.

Y ellos no temían la muerte.

Quetzulkan avanzó con una sonrisa feroz.

Sus garras brillaban con el poder del WAAAGH!, su cuerpo rugía por más batalla.

El suelo tembló cuando el primer choque ocurrió.

Los Orkos desgarraban y reventaban con cada golpe.

Los Korps de Krieg no cedían ni un solo paso.

Los proyectiles silbaban en el aire, golpeando con precisión mecánica.

Las balas perforaban a los Orkos, arrancando miembros, destruyendo cuerpos.

Pero los pieles verdes no caían fácilmente.

Por cada Orko que moría, otro se lanzaba con más furia.

Por cada Korpsman que caía, su hermano tomaba su puesto sin dudar.

Eran un ejército sin miedo contra un ejército sin razón.

Y en medio de ese infierno…

Quetzulkan destrozaba todo lo que tocaba.

Un soldado intentó clavarle una bayoneta en el cuello.

Quetzulkan lo atrapó con su garra y lo partió en dos.

Otro Krieg corrió con una pala y un grito silencioso.

Quetzulkan le arrancó la cabeza de un solo golpe.

La sangre manchaba las ruinas, las cenizas se mezclaban con los restos de los caídos.

Pero los Korps nunca se detenían.

Nunca titubeaban.

Nunca temían.

Cada uno avanzaba como si ya estuviera muerto.

Y Quetzulkan nunca había estado más emocionado.

Las bombas comenzaron a caer.

Los proyectiles de artillería rompieron la tierra, enviando explosiones de fuego y polvo.

Pero los Korps no se movieron.

No se cubrieron.

Simplemente avanzaron, ignorando el rugido del infierno.

Eran una máquina de guerra sin alma.

Y cuando los refuerzos llegaron, trajo consigo algo peor.

Desde la distancia, las siluetas de los Centauros de Krieg aparecieron.

Vehículos ligeros, cargados con soldados de la muerte, desplegando fuego con lanzallamas y ametralladoras pesadas.

Las llamas envolvieron a los Orkos, quemándolos vivos.

Pero Quetzulkan no se detuvo.

Los atrajo hacia él, rugiendo con el poder del WAAAGH!.

Las balas rebotaban contra su piel de dragón.

Las explosiones no lo hacían retroceder.

Era imparable.

Un Centauro avanzó a toda velocidad, intentando atropellarlo.

Quetzulkan saltó sobre el vehículo, hundiendo sus garras en el blindaje.

Con un rugido, volteó el Centauro con pura fuerza bruta, destrozando a los soldados en su interior.

Los Korps seguían luchando, incluso cuando su número disminuía.

Pero la guerra no era eterna.

Los Orkos eran demasiado.

Y Quetzulkan era un monstruo.

Finalmente, el último Korpsman se lanzó contra él con su pala en alto.

Quetzulkan lo atrapó del cuello, mirándolo a los ojos cubiertos por la máscara de gas.

No había miedo.

Solo determinación.

Con un gruñido, Quetzulkan aplastó el cráneo del soldado con su garra.

Y la batalla terminó.

Los Orkos rugieron en victoria.

El mundo de guerra ahora era suyo.

Pero Quetzulkan solo sonrió.

Porque en esa batalla, había visto algo hermoso.

Soldados que no temían la muerte.

Guerreros que luchaban sin descanso.

Y por primera vez, sintió algo de respeto por la humanidad.

Pero la guerra nunca se detiene.

Y la siguiente batalla ya lo esperaba.

------------------------------------------------------------

El cielo no era un cielo.

Era un torbellino de sombras y fuego, donde extrañas figuras danzaban y susurraban desde los pliegues de la realidad.

El suelo se movía como carne viva.

Pulsaba.

Sangraba.

Susurraba blasfemias incomprensibles.

Era un mundo devorado por el Caos.

Y Quetzulkan y sus Orkos lo invadieron sin miedo.

La horda de pieles verdes avanzó con rugidos de guerra.

Los Orkos eran incontables, una marea de violencia pura.

Pero sus enemigos los esperaban.

Desde las sombras de las ruinas deformadas, aparecieron los Marines Espaciales del Caos.

Guerreros colosales, cubiertos de una armadura negra y dorada, cada uno con marcas demoníacas grabadas en su carne.

Sus ojos brillaban con odio.

Eran dioses de la guerra, corrompidos y desquiciados.

Los Orkos se lanzaron como bestias salvajes.

Pero los Marines del Caos no eran humanos comunes.

No retrocedieron.

No vacilaron.

Derramaron sangre sin esfuerzo.

Con cada disparo de sus bólteres pesados, las cabezas de los Orkos explotaban.

Con cada golpe de sus espadas sierra, los cuerpos eran despedazados en una lluvia de entrañas y metal.

Los Orkos morían por decenas.

Pero no les importaba.

Solo rugían más fuerte.

El WAAAGH! era imparable.

Y en el centro del caos, Quetzulkan se lanzó al combate.

Un Marine del Caos levantó su espada demoníaca.

El arma brillaba con energía impía, murmurando en una lengua prohibida.

Pero antes de que pudiera atacar…

Quetzulkan lo destrozó de un solo golpe.

Sus garras, afiladas como navajas, atravesaron la armadura como si fuera papel.

El cuerpo del traidor se partió en dos.

Pero su sangre no era sangre.

Era fuego.

Las llamas verdes envolvieron a Quetzulkan.

Quemaban.

Quemaban el alma.

Pero Quetzulkan no tenía miedo.

Con un rugido, canalizó el WAAAGH! y apagó las llamas con pura voluntad.

Los otros Marines del Caos lo vieron con sorpresa.

Nadie había resistido una maldición del Príncipe del Caos con tanta facilidad.

Pero antes de que pudieran reaccionar, Quetzulkan ya estaba sobre ellos.

El combate se volvió una carnicería.

Quetzulkan rompió a un Marine con un golpe de su cola.

Su armadura se dobló como un juguete, su cuerpo explotó en un mar de huesos y vísceras.

Otro traidor intentó apuñalarlo con una daga maldita.

Quetzulkan le arrancó el brazo de un mordisco.

La sangre negra cubrió su rostro.

Y Quetzulkan solo sonrió.

Pero entonces…

El aire se volvió espeso.

El suelo se abrió en grietas ardientes.

Y las sombras cobraron vida.Desde el aire surgieron figuras deformes.

Criaturas imposibles de describir.

Demonios del Caos.

Engendros de la disformidad.

Algunos eran torres de carne y dientes.

Otros eran sombras retorcidas con garras afiladas.

Sus voces eran una cacofonía de gritos, risas y llantos.

Y todos se lanzaron contra Quetzulkan.

Un demonio gigante saltó sobre él.

Era una bestia de múltiples bocas, con brazos largos como látigos.

Pero Quetzulkan no retrocedió.

Con un rugido, envolvió sus garras en fuego y destruyó a la criatura de un solo golpe.

Pero otro demonio apareció.

Y otro.

Y otro.

Eran incontables.

Quetzulkan peleó con todo su poder.

Cada golpe era una explosión.

Cada mordida arrancaba carne impía.

Pero los demonios se regeneraban.

Se reconstruían con cada segundo.

Y entonces…

Quetzulkan comprendió.

No eran enemigos físicos.

Eran abominaciones de pura energía.

No podía matarlos con garras y colmillos.

Necesitaba algo más.

Los demonios se abalanzaron sobre él.

Pero Quetzulkan no sintió miedo.

Cerró los ojos.

Recordó su entrenamiento.

Su conexión con la magia.

El poder del WAAAGH!

Pero también su herencia dracónica.

Su alma no era común.

Era una chispa de algo más grande.

Y entonces…

Quetzulkan rugió.

Pero no fue un rugido normal.

Fue un rugido de pura energía.

El WAAAGH! y la magia del dragón se fusionaron.

Y cuando abrió los ojos, brillaban con un resplandor dorado.

Los demonios se congelaron.

Sintieron miedo.

Y Quetzulkan desató su verdadero poder.

Las llamas lo envolvieron.

Su cuerpo cambió.

Se hizo más grande, más fuerte, más feroz.

Su melena verde brillaba como un cometa.

Sus alas emplumadas se extendieron, cubriendo el cielo.

Era un dragón.

Pero no un dragón cualquiera.

Era un dios de la guerra.

Los demonios intentaron escapar.

Pero Quetzulkan no los dejó.

Con un solo rugido, arrasó el campo de batalla.

El fuego consumió todo lo que tocaba.

Los demonios gritaron mientras se desvanecían.

Los Marines del Caos cayeron de rodillas, incapaces de soportar su presencia.

Y al final…

Solo Quetzulkan quedó en pie.

El mundo se silenció.

Las llamas se apagaron.

El Culto del Caos había sido destruido.

Los Orkos rugieron en victoria.

Pero Quetzulkan solo sonrió.

Porque ahora, su poder había crecido.

Y sabía que aún había más por descubrir.

Más enemigos por enfrentar.

Más guerras por pelear.

El WAAAGH! nunca termina.

La batalla continúa.

More Chapters