Cuando Midas era un niño, solía pensar que la muerte era un mal sueño, una pesadilla. Él pensaba que algo así no podía ser real, pues sus ojos jamás habían visto a la muerte. Su pensamiento era clásico en un niño de su edad, nada raro, realmente. Sin embargo, ese pensamiento fue el que sembró la semilla del trauma en su corazón.
Al no creer en la realidad de la muerte, sumergiéndose en una fantasía de vida y felicidad eterna, no pudo soportar presenciar la muerte por primera vez.
La primera experiencia con la muerte suele estar relacionada con personas cercanas a uno mismo. Eso fue lo que Midas experimentó.
La muerte de su madre.
Fue un recuerdo nítido en su mente, pues es la raíz de su depresión. Hace ya muchos años, Midas y Maissa lloraron frente al cadáver de su madre, quien murió en una avalancha dentro de las minas.
***
Abrió los ojos encontrándose con nada más que oscuridad. Sintió dolor en todo el cuerpo y se retorció en el lugar en el que estaba recostado. Él estaba en una cama sencilla cubierta por diferentes pieles de animales, cálida para las noches frías.
Se sentó en la cama con dificultad y se tocó la cabeza con dolor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que durmió tan profundamente, pero había algo raro en todo esto.
—¿Dónde estoy? Los leviatanes…
Sus ojos se abrieron con horror al finalmente notar que sus manos estaban libres. Inmediatamente se encogió en la esquina de la cama mientras los recuerdos tortuosos del pasado sumergieron su mente en un estado de nerviosismo extremo; un ataque de ansiedad. Su cuerpo tembló y sus ojos comenzaron a vagar por el escenario. Sintió que el oxígeno se le acababa y su respiración se volvió pesada y rápida.
El sudor frío empapó su frente y desesperadamente se agarró la cabeza con ambas manos.
En ese momento, durante la batalla contra las bestias del mar, Midas estuvo a punto de matar a todos en la tripulación. De no ser porque Briar le dijo todas esas cosas, él habría perdido el control, convirtiendo todo lo cercano a él en una maciza capa de oro.
—Otra vez no… otra vez no…—se repitió, intentando calmar su ansiedad.
Los vestigios de la magia aún rondaban por su cuerpo. Regulus, el rayo de luz que disparó contra los leviatanes, fue todo el maná que yacía en su cuerpo, disparado con toda la fuerza de voluntad que le quedaba. Era la primera vez que usaba la magia de esa forma, pues al no tener otra alternativa, liberó su magia en una sola dirección en lugar de simplemente explotar como aquel día hace diez años.
Fue desesperante para él intentar calmarse. No podía hacer nada por más que intentara, pues su propia mente era demasiado inestable.
—¿Dónde está? ¿Dónde está el inhibidor?
Entre la agonía de la desesperación, Midas se hizo esa pregunta. El inhibidor era la llave para cerrar la puerta de sus emociones. Con el inhibidor, él podía estar seguro de que no podría hacerle daño a nadie. Se sentiría seguro si tan solo el inhibidor estuviera cerca, pero no lo estaba.
Le da miedo intentar cruzar la puerta para ir a buscar el inhibidor, pues teme perder el control de su poder. Sin embargo, por ahora, eso es imposible. Midas gastó todo el maná que reunió en estos últimos diez años, por lo que no puede usar magia. Bueno, él sí puede usar magia, pero estaría arriesgando su propia vida al hacerlo.
—¿Por qué me quitaron mi inhibidor? ¿Dónde está? ¿Dónde?
Casi llorando, Midas cerró los ojos. A pesar de que su cuerpo carece de maná, todo a su alrededor comenzó a convertirse en oro. Las runas en su espalda brillaban tenuemente, parpadeando en diferentes colores elementales. El color gris en su pecho se extendió unos pocos centímetros más y esto, a su vez, le provocó un fuerte dolor de cabeza.
Midas nuevamente gastó lo poco, o nada, de lo que le quedaba de maná. Se desmayó en esa misma posición hasta que el sol salió.
Cuando las horas pasaron, Midas abrió los ojos una vez más, ahora siendo consciente de lo que estaba pasando. En silencio, con su mirada ensombrecida, bajó de la cama y se sentó en el suelo de madera. Se encogió en una esquina intentando evitar los rayos de luz que pasaron por las aberturas de la puerta y la madera.
Este lugar es similar a esa prisión, pero aunque tengo la opción de salir, no puedo… no puedo…
La puerta estaba allí, sin cerradura, con la libertad del otro lado. Sin embargo…
Tengo miedo. No quiero repetir la misma historia otra vez. Yo solo quiero regresar a casa. Quiero volver a ver a mi hermana. Quiero volver a vivir en el pasado y no salir de allí nunca más. Es lo único que quiero, pero no puedo salir de aquí…
Se sintió encerrado en una pequeña y oscura habitación de cuatro paredes. La puerta está abierta y puede salir de allí cuando quiera, pero Midas solo sigue escondiéndose en la esquina, teniéndole miedo al futuro, aferrándose cada vez más a los recuerdos del pasado.
Para Midas, todo esto era una pesadilla.
Entonces, de repente, la puerta se abrió levemente con un chirrido oxidado, lo que mostró una delgada línea de luz entrando a la habitación. Luego de eso, Tiana asomó la mirada y se encontró con Midas.
Ella dijo algunas cosas, pero Midas no quiso escucharla. Solo le dijo que se fuera para poder seguir hundiéndose en la oscuridad de la habitación.
—No puedo irme sin saber qué está pasando—dijo ella, con un fuerte tono de confianza.
Midas escondió la cara entre las rodillas. —Por favor, solo aléjate de mí… Déjame solo.
Tiana suspiró. Abrió la puerta y, sin una pizca de miedo, se acercó a Midas. Se agachó frente a él, a un metro de distancia, e intentó verlo a los ojos. Ella anoche estuvo pensando profundamente en lo que vio. Surgieron algunas preguntas al respecto y necesitaba saber sobre eso. A pesar de que Midas estaba en este estado, ella quería conocer la historia de este hombre.
—Ayer, después de que te desmayaste, vi las runas en tu espalda. No son runas elementales normales.
Las runas del heptagrama son runas elementales comunes, realmente, pero había algo siniestro en ellas, como si su propio concepto hubiera sido manipulado. Estas brillaban de forma siniestra con el elemento que las caracteriza, emanando un poderoso misticismo que se oculta en el mundo.
La Runa de Fuego, que muestra patrones ondulantes similares a una llama, brillante con el color de las llamas más poderosas.
La Runa de Agua, que se mostró como una gota rota, azulada y pálida, la cual, probablemente, fue la razón por la que la tormenta de ayer se detuvo.
La Runa de Tierra, con patrones rectos y geométricos, similar a una piedra grabada encima de otra. Su color era el mismo que el de las montañas más altas de Runaterra.
La Runa de Viento, con su luz blanca y fresca, usando patrones de remolino que emulaban las fuertes ventiscas del norte.
La Runa de Hielo, que acompaña a la Runa de Viento. Es fría, extraña y peligrosa, como un pequeño copo de nieve hecho con el poder del Hielo Verdadero. El tenue brillo azul blanquecino de la runa era hermoso, pero Tiana solo pudo estar horrorizada al verlo.
La Runa de Luz. Esta runa parecía brillar como ninguna otra. El sol de Shurima es su símbolo, un símbolo de divinidad y poder ancestral. Esta runa era extremadamente difícil de conseguir, pues pertenece a las antiguas costumbres del pueblo de Shurima. Tiana no entendía como Midas es portador de algo tan exclusivo.
Por último, en la punta inferior del heptagrama…
Una extraña Runa Oscura. Su símbolo era difícil de entender. ¿Era un ojo? ¿Una joya? ¿La letra de un idioma antiguo? Difícilmente podía ser descrita como más que un garabato. Su siniestro brillo púrpura iluminaba tenuemente la piedra negra que conformaba la runa. Tiana tomó esto como una extraña runa relacionada con el elemento Oscuridad.
—Midas, si es que ese es tu nombre, necesito que me digas de qué lugar escapaste. ¿Qué fue lo que te hicieron?
Él no respondió. No había forma en que él pudiera contarle su vida a una extraña. Tan solo llevan poco más de un día de conocerse. Las heridas del corazón no son algo que se muestra a la ligera, mucho menos a alguien que no conoces.
Tiana entendió el silencio de Midas. Lo que ella estaba pidiendo era algo imposible en estas condiciones. Así que, con mucha confianza, se sentó sobre la madera de oro. Entonces, sus ojos brillaron tenues en un color verde que parecía fusionarse con la oscuridad. La tela de su ropa se movió como si el viento soplara dentro de la habitación, acto seguido, su capa se desprendió en múltiples trozos de tela que se iluminaron en el mismo color verde de sus ojos.
—Parece que pregunté algo incómodo—consciente de ello, Tiana extendió su mano hacia el techo. —En ese caso, ¿te interesa saber mi historia antes de que puedas contarme la tuya?
El espectáculo de luces fue hermoso, tanto que atrajo la mirada deprimida de Midas. Si bien no había forma en que él pudiera decirle algo a Tiana, no tuvo la suficiente fuerza de voluntad para decirle a esta chica que se vaya. Se limitó a callar, sin mover un solo músculo.
—Tomaré tu silencio como una respuesta afirmativa. Ahora… ¿Por dónde debería comenzar?—ella movió la mano suavemente, haciendo que la tela siguiera su voluntad. —Presta atención, cliente. No lo voy a repetir. Pienso que no nos conocemos lo suficiente como para compartir nuestras penas, no nos conocemos, prácticamente, pero me salvaste la vida, la vida de mi padre, la vida de todos, y estoy agradecida.
Lejos de la actitud tosca que ella tiene normalmente, se sintió más nerviosa por tener que contarle todas estas cosas a un tipo deprimido del que no sabe nada. Sin embargo, de eso se trataba esto, de conocerse y poder solucionar lo que sea que le esté pasando a este salvador.
—Haz lo que quieras…—dijo Midas, intentando no encogerse más en la esquina.
Tiana asintió y comenzó. Con el movimiento de sus manos, los trozos de tela se juntaron convirtiéndose en figuras brillantes. Una niña, una mujer delgada y un hombre robusto.
—Durante una noche de tormenta, en una de las habitaciones de este viejo barco, nací yo. Recuerdo que mi madre me dijo que mi padre lloró cuando nací. Lo sé, es difícil de creer. Ella me dijo que el llanto de mi padre no era un llanto de tristeza o de enojo, sino un llanto de felicidad y alivio. Tanto mi madre como yo estábamos sanas, vivas frente a él, frente a un hombre que ya había perdido demasiado. Para mi padre, yo fui un rayo de luz en la oscuridad de la tormenta, y para mi madre, la más grande bendición de los dioses.
La tela se movió, recreando los momentos de la narración como una sombra negra y verde.