"Ahrg, ese maldito sueño otra vez..."
Con el ceño fruncido, Harold se despertó sintiendo la pesadez de un recuerdo. Un recuerdo que volvía en sueños, uno que no podía ignorar.
—Se siente raro vivir tres veces —murmuró, poniéndose de pie.
Hablaba como quien lleva vidas a cuestas, porque en esencia, así era. En su primera vida fue un terrícola miserable, marcada por la frustración y la insignificancia. Murió sin gloria, pero despertó en un nuevo cuerpo, el de un niño llamado Marco. Marco vivía en un pequeño pueblo azotado por ventiscas y monstruos de nieve. Intentó sobrevivir. Fracasó. Murió tratando de salvar a un amigo.
Y, sin embargo, volvió a abrir los ojos. Esta vez, en el cuerpo del mismo amigo al que salvó.
Aquello fue distinto. Cuando despertó como Marco, fue como si su alma hubiera sustituido a la original. Pero esta vez no hubo reemplazo: Harold no estaba muerto del todo, solo... quebrado. Marco, por su parte, había habitado ya dos cuerpos y su alma estaba exhausta. No resistió.
Así, las dos almas se fusionaron. Ya no eran Marco ni Harold, sino ambos. Una mezcla de recuerdos, odios, sueños y cicatrices. Por eso el odio hacia los monstruos de nieve era tan profundo: era el odio de Marco por ser asesinado, y el de Harold por perderlo todo.
Harold se preparó para su día. Una mochila grande colgaba de su espalda, con provisiones: comida, ropa de cambio, aceite, un mechero, un hacha. Vestía una gabardina negra acolchada con capucha. Debajo, un suéter y pantalón largo del mismo tono. En sus botas resistentes y de su cintura colgaba su katana, tan elegante como siempre.
Salió de la casa, la única pertenencia que le quedaba. Hasta donde sabía, había pertenecido a su padre, a quien jamás conoció. Murió antes de que Harold pudiera recordarlo.
Sin más, inició su travesía. Su destino: la cima de la montaña. Su objetivo: encontrar aquello que provocaba la perpetua nieve.
...
Harold se hallaba frente a una fogata improvisada, sentado en un tronco que él mismo había talado. Se encontraba absorto en sus pensamientos, cuando su cuerpo reaccionó antes que su mente. Se puso de pie, desenvainó su katana justo cuando un brazo emergía de la niebla.
¡BOOOOM!
Un estruendo resonó en toda la isla.
—Jajajaja... Malditas bestias. Parece que se percataron de mi presencia —rió Harold, su voz burlona se mezclaba con el rugido del viento.
Llevaba años solo en la isla. Sabía que algo en la montaña odiaba su presencia, especialmente porque había encontrado formas de evitar ser detectado.
Se encontraba en la parte media de la isla, donde el dominio de la "Nieve" —como él llamaba a aquella fuerza— comenzaba a intensificarse. Los monstruos no eran tan fuertes aún, pero lo suficiente para alertar.
—Danza del Forastero, Cuarto paso: Vendaval Furioso.
Una ráfaga barrió la niebla revelando dos figuras: Harold y un gigante de cinco metros de altura, rostro indiferente, cuerpo robusto. Un engendro de la Nieve.
—Tal como ese día... —Harold sonrió.— Danza del Forastero, Segundo paso: Asalto Rabioso.
Desapareció en un instante. Cortes surgieron por doquier, desestabilizando el campo de batalla. El cuerpo del gigante fue lacerado múltiples veces, pero sus heridas se cerraban. Hasta que su núcleo fuese destruido, era imposible matarlo.
Harold apareció detrás de él.
—La próxima vez manda algo más fuerte, bastardo. Danza del Forastero, Sexto paso: Corte del Gigante.
Su espada se alzó, bañada en un aura desconocida. El tajo cayó con precisión quirúrgica.
Slash.
El núcleo del gigante se partió. Su cuerpo se disolvió en nieve.
—Ufff... esto consume mucha energía.
Recuperó su mochila, sacó una zanahoria azul¹ y se la echó a la espalda.
—Hora de seguir subiendo —dijo, mordiéndola.
Avanzaba rápido. La falta de huellas y su vestimenta negra le daban un aire de sombra errante. Un fuerte viento le quitó la capucha, revelando su rostro indiferente, pálido con un tono azulado, y su largo cabello blanco cayendo sobre los hombros.
—Ya estoy en el círculo interior de la isla. Es hora de hacer esto.
Frente a él se alzaba la montaña, al menos 300 metros de altura. En la cima, una tormenta giraba en espiral, como si ocultara un ojo en el centro.
Se quitó la gabardina. El frío lo atacó. Pero Harold lo ignoró. De su mochila extrajo su equipo de escalada.
Colocó guantes, ganchos, casco y comenzó a ascender. Apenas tocó la nieve, el suelo tembló.
Y en su mente, comenzó la cuenta regresiva:
30 29 28...
Con cada segundo, los temblores aumentaban. Montones de nieve caían. Pero eso le beneficiaba: camuflaba su ascenso.
24 23...
Desde varios puntos, fuertes golpes retumbaban. El mismo sonido que hacían los gigantes al atacar. Harold sonreía.
19 18...
Rugidos. Gritos de bestias furiosas.
14 13...
¡BOOOM!
Explosiones resonaron en distintas zonas. Harold rió a carcajadas.
9 8...
Ya casi.
4 3 2 1
Impulsándose con fuerza sobrehumana, Harold alcanzó la cima. Sus botas aterrizaron suavemente sobre la nieve virgen.
—300 metros en 30 segundos. Nuevo récord.
Solo niebla, viento y oscuridad lo rodeaban. Pero no necesitaba ojos: tenía su instinto. Ese sexto sentido que le permitía "ver".
Una sonrisa se dibujó en su rostro. Desenvainó su katana.
—Parece que aún te quedan fuerzas...
Frente a él, multitud de enemigos: grandes, pequeños, terrestres, voladores. Todos nacidos de la Nieve. Todos esperando.
—Vamos.
Y Harold cargó hacia ellos.
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Nota de Autor
¹Zanahoria Azul: Verdura especial que absorbe el frío durante su cultivo. Suprime el calor interno sin afectar funciones vitales.
²Explicación: Las bestias de la Nieve detectan fuentes de calor. Harold había plantado hogueras con encendedores cronometrados alrededor de la montaña. Al iniciar su ascenso, esas fuentes se activaron, atrayendo a las bestias. 20 segundos después, bombas colocadas junto a las hogueras detonaron, eliminando enemigos y despejando su camino. Su ropa, diseñada para no emitir calor detectable, evitó ser identificado. La activación de las trampas coincidió con su escalada, aprovechando la confusión creada.
Gracias por leer.