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Chapter 12 - Capítulo 10 - Kamar-taj: El Santuario de los Maestros de las Artes Místicas

Cuando la Ancestral y Crysvélia llegaron frente la puerta incrustada en una enorme pared lisa y maciza, entre tonos blancos y marrones, esta se abrió sola, deslizándose con un susurro. Al otro lado se desplegaba un patio arenoso vacío, pero con huellas de pisadas por todas partes: pisadas pequeñas, dispersas y entrecruzadas, como si niños de entre diez y quince años hubieran estado allí no hace mucho.

En las cuatro esquinas ardían grandes antorchas, inmóviles en su llama. Al fondo, tras seis escalones de piedra, una nueva puerta esperaba, conduciendo a otra sección del vasto complejo del santuario.

La Ancestral fue la primera en entrar, su túnica ondeando suavemente al avanzar.

Crysvélia le siguió, con la mirada recorriendo las paredes y cada detalle del recinto, en sus brazos, el pequeño bebé fénec seguía forcejeando con testarudez. Más temprano había intentado escapar tan pronto vio a Crysvélia acercarse, pero se vio congelado en seco, inmovilizado por una fuerza invisible que lo detuvo sin agresión. Desde entonces, no le quedó más opción que revolverse torpemente en los brazos "frágiles" de Crysvélia, quien lo mantenía firmemente abrazado contra su pecho.

Detrás de ambas, la puerta se cerró con un crujido suave y seco, como un suspiro de piedra. Fue entonces cuando Yao rompió el silencio, su voz clara y serena resonando entre los muros sin eco:

"Este lugar se llama el Patio de la Tormenta Silenciosa. No porque aquí reine la calma, sino porque aquí se enseña a dominarla. Los aprendices más jóvenes comienzan su camino en esta arena. Sus mentes son aún ruidosas, y sus corazones aún cargan el peso de otros mundos... pero este es el primer paso para encontrar el centro"

Siguieron caminando hacia la puerta del fondo, subiendo los seis escalones de piedra con paso lento. Crysvélia no dijo nada, aunque su mirada lo absorbía todo: la textura de las paredes, las cuatro antorchas ondeantes y las huellas en la arena.

Yao continuó, sin necesidad de mirar atrás:

"Aquí no se les enseña a lanzar hechizos. Aquí aprenden a respirar, a escuchar, y a observar. Porque el poder sin percepción no es más que caos, y el caos, aunque puede destruir, jamás puede proteger"

Al llegar a la puerta superior, se detuvo un instante y la miró por sobre el hombro.

"Muchos de los Maestros más grandes del mundo comenzaron aquí... en esta arena que ahora pisas tú. No con grandes gestos, sino con humildes silencios"

Dicho esto, empujó la puerta y un nuevo pasillo se abrió ante ellas, lleno de luz dorada y murales antiguos.

...

El pasillo que se abría tras la puerta estaba bañado por una luz dorada, suave y cálida, que provenía de faroles colgantes y cristales encantados incrustados en las paredes. Cada tramo estaba decorado con murales antiguos que representaban figuras en poses rituales, constelaciones místicas, diagramas arcanos y gestos con anillos de fuego, como si contaran una historia sin palabras. Crysvélia caminaba con pasos lentos, sus ojos absorbiendo todo con una mezcla de curiosidad y serenidad.

Fue entonces cuando la voz de la anciana la alcanzó nuevamente, sin apuro, sin presión:

"Aún no me he presentado… Mi nombre es Yao. Pero algunos me llaman La Ancestral", dijo con una sonrisa casi imperceptible.

"Y este lugar... Es el corazón de todo lo que somos", Crysvélia no respondió, no por descortesía, sino por naturaleza. Su silencio no era vacío, sino denso de presencia, ya que observaba, analizaba y aprendía.

No hacía falta nada más.

Yao lo comprendió al instante.

Había visto ese tipo de mirada en viajeros de otras realidades, en seres que llegaban sin palabras porque el lenguaje no alcanzaba. Supuso que Crysvélia, aunque ya la había oído hablar de Kamar-Taj, no había entendido nada, pues desconocía sobre el tema. Como aquellos que asienten cuando se les explica algo incomprensible solo para no parecer ignorantes.

Así que comenzó a hablar, no para impresionar, sino para transmitir.

"Este lugar no solo un santuario", dijo mientras caminaban por el corredor que comenzaba a abrirse hacia una sección más clara, "Tampoco es una escuela, aunque aquí se enseñe, es un refugio para los que han visto demasiado, para los que han perdido todo… y para los que aún no saben lo que buscan. Aquí formamos Maestros de las Artes Místicas, guardianes del equilibrio"

Pasaron bajo un arco tallado con runas sanscritas, cada una vibrando con una energía tenue, casi imperceptible.

"Mi labor, como la de quienes me precedieron, es formar, guiar y custodiar no a las personas, sino al tejido mismo de la realidad. Hay puertas que deben mantenerse cerradas, líneas que no deben cruzarse, planos que no deben tocarse, y para eso… se necesita disciplina, sabiduría… y compasión"

Crysvélia desvió la mirada hacia una celosía de piedra, tallada con precisión geométrica. Al otro lado, se adivinaba un jardín oculto, en el que flotaban hojas suspendidas como si el viento mismo las respetara.

"Muchos creen que los hechiceros nacen con poder. Que son elegidos, como en las viejas historias", continuó Yao. "Pero la verdad es más cruda. Aquí todos llegan rotos, enfermos del alma, perdidos, desesperados… o llenos de rabia. No elegimos a los más fuertes, sino a los que están dispuestos a vaciarse... Porque solo en el vacío puede sembrarse la magia"

Ambas llegaron a unas escaleras amplias y planas que ascendían hacia una gran terraza abierta. Al llegar al último peldaño, el santuario se desplegó en toda su magnitud.

El aire era fresco y vibrante.

Las montañas del Himalaya coronaban el horizonte con su majestuosidad inmutable. Los tejados en tonos terracota sobresalían entre patios, pasajes y torres antiguas. Y en el centro de todo, sobre una azotea abierta de piedra clara, se encontraba un enorme pabellón de entrenamiento.

Era un espacio amplio, de forma rectangular, cuyos bordes estaban delimitados por barandas bajas de piedra ornamentada. Allí, decenas de aprendices se movían en perfecta sincronía, formando círculos giratorios con anillos de fuego y luz, trazando gestos precisos con las manos. Sus túnicas se ondeaban al compás de los movimientos, y el suelo resonaba con el eco suave de pasos disciplinados.

Al fondo, sobre plataformas elevadas, unos pocos Maestros observaban, corrigiendo posturas con un gesto y guiando apenas con unas cuantas palabras. En el cielo, algunas aves trazaban vuelos circulares como si danzaran con la energía del lugar.

Yao se detuvo junto a la baranda del mirador.

"Ese es el Pabellón de los Ciclos, donde nuestros aprendices descubren los principios del control: el flujo, la intención, el ritmo. Aquí se aprende a canalizar sin dominar, a comprender sin poseer"

La Dragona Blanca observaba en silencio. En su expresión no había asombro, había reconocimiento. No por haber visto algo así antes, sino por comprender, a su modo, lo que implicaba movimiento, el equilibrio y propósito. Lo que la humana llamaba "entrenamiento" no era tan distinto de lo que ella había visto en los ciclos de la vida, del viento, del fuego bajo la tierra, la fluidez de un río o el giro de las estaciones.

Yao lo notó. No necesitaba palabras.

Ambas permanecieron allí, en silencio, mientras abajo los anillos de fuego giraban y se disolvían como constelaciones efímeras.

Yao miró unos segundos más a los estudiantes y se dio vuelta reanudando su camino. Crysvélia también dejó de verlos y siguió a la Ancestral con el fénec que ya se había calmado después de cansarse. Mientras caminaban, Yao volvió a hablar:

"Puede que te preguntes, o no, por qué te traje conmigo…" La Ancestral hizo una pausa, y su voz, calmada como un lago sin ondas, llenó el silencio.

"No fue por tu tamaño, ni por el poder que desprendes. Esas cosas son evidentes para cualquiera que sepa ver. Te traje porque vi algo más profundo en ti, Crysvélia. Vi un equilibrio. Una esencia que, a pesar de las eras y los eventos que te han moldeado, permanece pura. Y en este mundo, donde el equilibrio es tan frágil, cada fuerza importa. Especialmente una como la tuya"

Yao giró ligeramente la cabeza, sin romper el paso, y sus ojos se posaron en Crysvélia, quien la miraba con una atención silenciosa, con el pequeño fénec aún acurrucado en sus brazos y volvió a ver hacia adelante.

"El universo tiene sus propios ritmos, sus propias amenazas. Algunas vienen del exterior, de las estrellas. Otras, nacen aquí mismo, de la ambición y la ignorancia. Y mi labor, como la de este lugar, es mantener a raya lo que podría desgarrar la realidad. No es una tarea fácil, y los aliados... son escasos. Los verdaderos aliados, aún más"

Continuaron caminando, el eco de sus pasos resonando suavemente en los pasillos de piedra. Yao suspiró apenas, un sonido casi imperceptible. "No busco dominarte, Crysvélia. No busco explotar tu poder, solo busco entenderte y, si es posible, guiarte. Este no es un lugar de cadenas, sino de conocimiento, quiero que entiendas este mundo al que has regresado. Un mundo que ha cambiado mucho desde la última vez que respiraste libremente"

La Ancestral se detuvo frente a otra puerta, esta vez con un símbolo de un ojo estilizado tallado en su centro. No la abrió de inmediato, sino que miró de frente a Crysvélia. Sus ojos, aunque serenos, transmitían una profunda seriedad.

"Lo que ves aquí es un camino. Un camino para quienes como tú tienen un potencial inmenso. Podemos ayudarte a descubrir y controlar más esa fuerza que llevas dentro, para que este mundo te conozca no como una amenaza, sino como una aliada"

Yao miró a los ojos ámbar de Crysvélia, con Crysvélia haciendo lo mismo con los ojos sabios de la Ancestral. Un silencio denso se instaló entre ellas, solo interrumpido por el murmullo lejano de la ciudad y el respirar leve del fénec en los brazos de Crysvélia.

En ese momento, la dragona, con una quietud que denotaba una antigüedad inmensa, abrió su boca. Su voz, serena y con un toque de la pereza que la caracterizaba, flotó en el aire.

"Supongo que, lo que quieres decir, es que no cause problemas, ¿verdad?", preguntó Crysvélia, con sus ojos ámbar fijos en los de Yao, sin mostrar la más mínima emoción en su rostro. Permaneció inmóvil y expectante, con el pequeño zorro ahora acurrucado y dormido contra su pecho como si fuera una extensión de su propia calma.

Yao sonrió, una curva apenas perceptible en sus labios que desapareció tan rápido como apareció. Su mirada se mantuvo imperturbable, sabiendo que la simplicidad de la pregunta de Crysvélia ocultaba una comprensión que iba más allá de lo superficial. "Resumidamente, así es, Crysvélia," respondió la Ancestral, su voz suave pero cargada de un significado tácito.

"Este mundo ya tiene suficientes problemas propios, y una fuerza como la tuya... Puede ser un desequilibrio total, pero bien guiada, podría ser una aliada invaluable para mantener el equilibrio que tanto defendemos"

Un nuevo silencio descendió, más profundo que el anterior. Crysvélia permaneció inmóvil, sus ojos ámbar, vastos como espejos antiguos, observando a la Ancestral. La dragona procesaba las palabras, cada concepto resonando en su mente milenaria. ¿Desequilibrio? ¿Aliada? Eran términos nuevos, encapsulando ideas complejas sobre el orden y el caos que ella, por naturaleza, nunca había necesitado considerar. Finalmente, la quietud de su rostro, con sus rasgos finos y casi translúcidos se mantuvo, aunque sus ojos parpadearon con una lentitud que sugería una profunda contemplación.

Con una suavidad inesperada, Crysvélia inclinó la cabeza hacia el fénec que dormía apaciblemente en sus brazos, susurrando sin voz, una caricia silenciosa. Luego, alzó de nuevo la mirada hacia Yao, sus ojos aún velados por una pereza milenaria, pero con un matiz de seriedad casi imperceptible.

"No soy de las que buscan problemas, Yao," su voz seguía siendo suave y con un ligero arrastre, como el susurro de la brisa ártica. "Mis deseos son simples. Pero si algo me molesta... o me hace enojar... entonces sí, habrá problemas. Grandes problemas." La implicación, aunque dicha con calma, era una promesa de fuerza primordial.

Su mano, de dedos largos y pálidos, acarició de nuevo al pequeño fénec dormido, un contraste elocuente entre la amenaza contenida y la delicadeza.

La Ancestral asintió, una vez más esa sonrisa apenas perceptible se asomó y se desvaneció. Ella comprendió la advertencia, el instinto de una criatura cuyo poder le permitía establecer sus propias reglas.

Se giró hacia la puerta con el símbolo del ojo estilizado y dijo. "Lo entiendo, Crysvélia. Y eso es lo que busco evitar." Su voz resonó con un nuevo matiz de serenidad.

"Prepárate. El viaje no ha terminado"

La puerta se abrió sola con un suave crujido, revelando un pasillo más oscuro y estrecho, iluminado por una luz tenue que parecía emanar de las propias paredes. Yao dio un paso adelante, con su túnica ondeando, y Crysvélia la siguió sin dudar, el fénec aún seguro en su abrazo. Sus pasos resonaron ligeramente en el suelo de piedra, marcando el fin de un capítulo y el inicio de otro más profundo, en el corazón del santuario...

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