A pesar del dolor lacerante y la debilidad que lo invadía, el Gorrión intentó defenderse. Sus movimientos eran torpes, lentos, una sombra de la agilidad mostrada momentos antes. Levantó los brazos con dificultad, intentando bloquear los feroces golpes de Yusuri.
¡Ugh!
Un puño de Yusuri se estrelló contra su mandíbula rota, enviando un torrente de sangre y saliva al aire. El Gorrión gimió, sus ojos nublándose por el dolor.
¡Agh!
Otro golpe, esta vez en el costado, le arrancó el aliento y lo dobló por la mitad. Sintió cómo sus costillas se astillaban bajo el impacto.
¡Hnnngh!
Un rodillazo brutal en el rostro lo lanzó hacia atrás, golpeando la pared con un ruido sordo. Su visión parpadeaba, y el sabor metálico de la sangre llenaba su boca.
Yusuri lo observaba con una impaciencia creciente. El "héroe" era patético en su desesperación, su resistencia final una farsa. Había perdido el interés en prolongar la farsa. La crueldad fría y calculada que disfrutaba infligiendo comenzaba a manifestarse.
Con un movimiento rápido y despiadado, Yusuri agarró el brazo derecho del Gorrión. Un crujido seco y horrible resonó en la habitación cuando el hueso se rompió limpiamente. El grito de agonía del Gorrión fue ahogado por la fuerza con la que Yusuri repitió la acción en el brazo izquierdo. Dos fracturas limpias, dejando los miembros colgando sin vida, inútiles.
El Gorrión cayó al suelo, sollozando, sus ojos llenos de un terror absoluto. Su cuerpo temblaba, consumido por el dolor insoportable. Yusuri lo miró con desdén.
—Qué patético espectáculo —murmuró—. Creíste poder enfrentarte a la sombra con la luz prestada. Ahora, probarás la verdadera oscuridad.
Yusuri se inclinó, agarrando al Gorrión por el torso. Con una fuerza inhumana, clavó los dedos en el abdomen del hombre, desgarrando la carne con una facilidad escalofriante. Un grito gutural, un alarido de puro horror, brotó de la garganta del Gorrión cuando sintió las manos de Yusuri hurgar en sus entrañas.
En un instante de brutalidad indescriptible, Yusuri arrancó el estómago del cuerpo del Gorrión. El órgano, ensangrentado y grotesco, quedó colgando en sus manos. Los intestinos se derramaron sobre el suelo, mezclándose con el charco de sangre que ya rodeaba el cuerpo exánime del "héroe". Los ojos del Gorrión se quedaron fijos en el vacío, su vida extinguiéndose en un charco de vísceras.
Yusuri arrojó el estómago a un lado con desdén, limpiando la sangre de sus manos en la ropa del difunto. Se giró hacia sus subordinados, su rostro impasible, su voz cargada de una frialdad glacial.
—Ya es suficiente de juegos —ordenó—. Cumplan con lo que se les ha encomendado. Eliminen a la familia Krusky. Que no quede más que el mayor para recordar esta noche.
La orden resonó en la mansión como una sentencia. Los ejecutores, con una eficiencia macabra, se dispersaron en busca de sus presas. Los ecos de gritos ahogados comenzaron a filtrarse por los pasillos, sonidos de terror que helaban la sangre.
En el segundo piso, el terror se había materializado. Louis y Anne, los jóvenes hijos de Elton, fueron encontrados temblando en sus camas. Sus súplicas y lágrimas no detuvieron la brutalidad de los hombres de Yusuri. Sus vidas fueron segadas con una frialdad aterradora, sus cuerpos inertes abandonados en sus habitaciones ahora manchadas de sangre.
En el tercer piso, George, el hijo mayor, había sido alcanzado cuando intentaba huir. Presenció la brutal ejecución de su padre, cuyo cuerpo sin vida yacía en un charco de sangre en el pasillo. George, paralizado por el horror, fue inmovilizado por los ejecutores.
Yusuri llegó a la escena, observando el caos con una mirada distante. George, con el rostro bañado en lágrimas y el cuerpo tembloroso, lo miró con desesperación.
—¿Por qué? —balbuceó George, su voz quebrándose por el trauma—. ¿Por qué hacen esto? ¿Qué culpa tenemos nosotros?
Yusuri se detuvo frente al joven, su máscara ocultando su expresión, pero la frialdad en sus ojos era palpable. Levantó una mano enguantada y acarició la mejilla temblorosa de George con un gesto casi paternal, pero completamente desprovisto de calidez.
—Pequeño —dijo Yusuri, su voz sorprendentemente suave, pero con un filo de acero subyacente—. En este mundo, la inocencia es una sombra fugaz, un espejismo en el desierto de la existencia. La culpa no siempre reside en el acto, sino en la sombra que proyecta la existencia de aquellos que nos desafían. Tu padre cometió la osadía de creer que podía ascender rozando las alas de un linaje superior, sin comprender que algunas alturas están reservadas, custodiadas por la tormenta. Su ambición desmedida trajo la oscuridad a vuestro hogar.
Yusuri se inclinó ligeramente, su voz adquiriendo un tono casi poético, pero profundamente cruel.
—Recuerda esto, muchacho: el universo no es un jardín de rosas donde cada flor florece sin espinas. Es un lienzo cósmico donde la luz y la oscuridad danzan en un equilibrio eterno, y a veces, la sombra debe reclamar lo que le pertenece con la precisión de un artista implacable. Vuestra tragedia es una pincelada más en la obra maestra de la consecuencia. Vive con este recuerdo, muchacho. Que sea la sombra que te persiga, recordándote siempre el precio de desafiar lo que no se puede tocar.
Yusuri se enderezó y con un gesto frío ordenó a sus hombres. —Déjenlo. Que viva con el peso de esta noche. Vámonos. La Matriarca espera.
Los ejecutores obedecieron, dejando a George Krusky solo en medio de la carnicería, el único superviviente de una familia destrozada, su mente para siempre marcada por el festín de sombras que había presenciado. El mensaje había sido entregado. La sombra de Laila Valmorth se había extendido una vez más, reclamando su precio en sangre y dejando tras de sí solo el eco silencioso del horror.