El brazo de Boisselier cayó como una guillotina.
Un silbido agudo rasgó el aire helado, seguido de una docena más. Las primeras flechas llovieron sobre la manada en frenesí alimenticio. Impactaron con *thuds* húmedos en lomos, cuellos y patas. Aullidos de dolor y sorpresa sustituyeron a los gruñidos hambrientos. Lobos cayeron, retorciéndose, manchando la nieve con rojo fresco. Otros, heridos, giraron en círculos, desorientados y furiosos.
Courtaud no se inmutó. Solo un leve temblor recorrió sus poderosos hombros. Sus ojos, fijos en el balcón de Boisselier, brillaron con una cólera fría. *Había* una trampa. Y él la había desafiado. Emitió un nuevo sonido, corto y agudo, un ladrido de mando. Los lobos supervivientes, incluso los heridos, dejaron instantáneamente el festín y se agruparon a su alrededor, formando un círculo defensivo de dientes erizados y ojos inyectados en sangre. La disciplina era aterradora.
Entonces, Boisselier dio la segunda señal. Antorchas encendidas volaron desde los soportales y los callejones, arrojando parabolas de fuego viviente que iluminaron la plaza con una claridad brutal. La luz reveló la escena completa: los cuerpos destrozados del cebo, los lobos muertos o agonizantes, el círculo de bestias vivas acorraladas alrededor de su colosal líder, y las filas de hombres emergiendo de sus escondites, picas y hachas en ristre, antorchas altas que creaban un muro de fuego y sombras danzantes.
"¡POR PARÍS!" rugió Boisselier, desenvainando su espada. Su grito fue coreado por cincuenta gargantas, un desafío humano al aullido del rey.
Courtaud respondió. No con miedo, sino con una furia primordial que hizo temblar el suelo. Su aullido fue un vendaval de odio y desafío, un sonido que parecía rasgar el velo de la noche misma. Fue una orden de ataque total.
El círculo de lobos se rompió como una ola contra las rocas. Se lanzaron contra las líneas humanas con un salvajismo desesperado. Los primeros choques fueron brutales. Un piquero cayó, su garganta abierta por un lobo saltarín. Un arquero fue derribado de su escondite en los soportales por otro que trepó con agilidad felina. Gritos humanos y aullidos bestiales se mezclaron en una cacofonía infernal. Las antorchas ondeaban, creando sombras monstruosas que luchaban en las paredes.
Pero los hombres, aunque asustados, mantuvieron la formación. Las picas, largas y mortales, mantenían a raya a la mayoría de los lobos. Las hachas cortaban patas y cabezas cuando las bestias se acercaban demasiado. Los ballesteros, ahora disparando a quemarropa, causaban estragos.
Courtaud, sin embargo, era un huracán de destrucción. Ignoró las picas que buscaban su grueso pelaje. Derribó a un hombre de un zarpazo que sonó a huesos rotos. Arrancó el brazo de otro que intentó golpearlo con una hacha. Rugió, salpicando baba y sangre, avanzando directamente hacia el callejón donde estaban Arnaud y Mathis. Sus ojos amarillos buscaban al líder humano, a Boisselier, o quizás simplemente a la salida más despejada para su furia.
Arnaud vio venir la avalancha gris. "¡Mathis, la antorcha! ¡AHORA!" gritó, plantando su pica en el suelo, la punta afilada apuntando al pecho del monstruo. Mathis, con un grito que era puro terror convertido en acción, frotó desesperadamente el pedernal. Las chispas saltaron. La antorcha prendió con una llamarada que iluminó el rostro decidido de Arnaud y los colmillos ensangrentados de Courtaud, que cargaba hacia ellos como un demonio de leyenda. La bestia contra el hierro. El momento del choque era inevitable.
El Rey Lobo carga. ¿Podrá la pica de Arnaud detenerlo? El duelo definitivo comienza. Colabora con el escritor via paypal.com/rrbaroni. Patreon tiene el desenlace extendido y los epílogos.