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Chapter 9 - Capítulo 8 - La Intervención Ancestral: Un Portal al Hogar de la Anciana

¿Cómo había llegado Fury al punto de ser comido?

Hace unos minutos, cuando la dragona lo tenía en sus garras, Nick intentó dialogar nuevamente. Tosió y dijo: "Como dije antes, soy Nick Fury... No era nuestra intención molestar su descanso", dijo con voz respuestosa, recordando los relatos de dragones sabios y pasivos.

Luego alzó un poco el mentón, lo justo para que sus palabras no se perdieran entre rugidos o respiraciones intensas.

"De hecho, si despertó... fue porque alguien más lo estaba buscando. Nosotros solo fuimos los primeros en llegar"

Pausó un segundo, midiendo la reacción de la criatura. "Y por supuesto, nosotros, como S.H.I.E.L.D., somos los buenos. Nuestro deber es evitar problemas innecesarios" agregó, tratando de sonar lo más creíble posible, mientras intentaba engañar a la criatura que lo tenía.

En respuesta, la dragona (que él no sabía que era hembra y por eso usó "él" en vez de "ella") lo miró con curiosidad al medio oírlo hablar. Pero como no lo entendía, ni le interesaba entenderlo, se le vino una pregunta simple y salvaje a la mente:

¿Sabrá bien?

Anteriormente había comido bichos de varios tamaños: alados, terrestres, marinos… algunos grandes, otros diminutos. Pero ninguno como este, de piel oscura y voz chillona. Así que, sin importarle la expresión de Nick, se lo llevó peligrosamente cerca de las fauces.

Estuvo a punto de probarlo, mientras él se retorcía como los insectos del pasado (aunque con menos fuerza, por su tamaño tan minúsculo). No muy lejos, el resto del equipo de S.H.I.E.L.D. no sabían qué decir ni qué hacer. Incluso Maria Hill y Coulson, luego de un vistazo rápido entre ellos, sacaron sus pistolas junto al resto del escuadrón y apuntaron.

Después de todo, ¿acaso no era su jefe el que estaba a punto de ser devorado mientras maldecía a todo lo que se movía?

Pero justo antes de que la tensión alcanzara su punto máximo, un círculo anaranjado se abrió en el aire. De él emergió una silueta pálida y calva, vestida con lo que parecía una mezcla entre túnica monástica tibetana y atuendo ceremonial oriental. Al principio, nadie supo si se trataba de un hombre o una mujer, ni siquiera el propio Fury, el más cercano, lo tenía claro.

Aun así, dejó de patalear por un instante y observó a la figura que flotaba con gracia.

Era bastante similar a esa imagen mental de él cuando se había infiltrado en la casa de un objetivo en el pasado y lo habían encontrado ya sentado en un sillón, relajado y con una taza de café de vez en cuando.

Mientras flotaba, el rostro de la Ancestral permaneció sereno, a pesar de tener frente a sí una criatura colosal a punto de engullir a un ser humano vivo.

Nick estuvo a punto de lanzar una pregunta cargada de su clásico sarcasmo… pero la figura se le adelantó. Con las manos detrás de la espalda y una voz tan tranquila como una tormenta a lo lejos, dijo: "No me agrada que interrumpan una comida. Ni cuando yo como, ni cuando otros están a punto de hacerlo", hizo una leve pausa. "Y aunque no me molestaría dejarla continuar en otro momento… me temo que tendré que pedirle que lo suelte", la criatura la miró, sin retroceder. "Ese hombre todavía tiene una misión que cumplir en este mundo"

A diferencia de Nick, aún atrapado entre sus garras, la dragona sí pudo entender al nuevo bicho amarillo y sin pelo. No le prestó mucha atención al cómo (simplemente sucedió), luego, al volver a mirar a Nick, el aire silbó al moverse por los espacios entre sus fauces, después lo observó durante unos segundos… y perdió el interés.

Ya no parecía digno de comerse. En cambio, la figura flotante despertó una nueva curiosidad.

Había algo en ella, en su olor, en su forma de moverse, en su presencia... que le recordaba a su madre dragona, quien ahora debía estar vagando por el universo, recolectando cosas extrañas, comiendo mundos pequeños y descansando sobre estrellas moribundas. Sin más, bajó lentamente a Nick y lo soltó en el suelo, como quien deja caer algo que no le sirve, y se giró hacia la Anciana.

Los segundos pasaron, pesados. Y entonces, con su típica voz suave y distante, la Ancestral habló de nuevo:

"Si no te importa... Me gustaría que vinieras conmigo a conversar", una breve pausa. "Claro, si te parece bien". La Ancestral levantó una mano con un gesto simple y elegante, y un nuevo portal se abrió en el aire. Esta vez, era mucho más grande, lo suficiente como para que una criatura de ese tamaño pasara sin agacharse.

Al hacerlo, un sonido chirriante más fuerte de lo habitual, resonó en el ambiente y las chispas anaranjadas crepitaban con más intensidad que nunca.

La dragona observó el portal por unos segundos. Al otro lado se veían unas montañas lejanas, cubiertas por polvo amarillo. Se parecían a desiertos, aunque era solo una impresión, ya que la verdadera distancia de aquellas montañas resultaba difícil de calcular desde su punto de vista.

Con un ojo miró de reojo al grupo de S.H.I.E.L.D., que ya se había precipitado hacia Fury para ayudarlo. Luego observó a la Ancestral con ambos ojos. Finalmente, su cuerpo comenzó a girar, se acomodó para quedar de frente al portal, y al hacerlo, su movimiento generó una ráfaga de viento tan fuerte que incluso la Ancestral, aún flotando en el aire, lo sintió. El aire rugió y la nieve blanca se dispersó un poco por la fuerza que generaba su desplazamiento.

Y sin dudar más, la dragona entró. Primero cruzó su hocico, luego el cuello, el torso, las alas... hasta que solo la cola quedó visible. Un segundo después, también desapareció.

El portal siguió chispeando, y en silencio, la Ancestral miró brevemente al grupo de S.H.I.E.L.D. que la observaban. Ella les devolvió la mirada y esbozó una sonrisa suave, apenas perceptible, sin emoción definida. Después, se giró lentamente y flotó hacia el gran círculo anaranjado, cuyas orillas continuaban crepitando con ese zumbido vibrante, agudo y constante.

La dragona ya no estaba. El portal se cerró tras ella y la Ancestral con un último destello chispeante y un sonido final (seco, como un latigazo en el aire gélido). Luego, solo quedó el silencio… ese silencio particular de la Antártida, donde el viento sopla, pero no trae respuestas.

El grupo de agentes de SHIELD seguía congelado en su lugar (no por el frío, al menos no del todo) sino por la incredulidad. Algunos seguían apuntando sus armas hacia el cielo vacío, sin saber si debían bajar la guardia o esperar un segundo asalto. Las pisadas eran escasas; la nieve crujía bajo las botas, pero nadie hablaba.

Fury ya estaba de pie y confundido. Con algo de dificultad, se acomodó la chaqueta, como si así pudiera recuperar autoridad tras haber estado a medio camino de ser comida. Sus dos ojos miraban fijo al cielo blanco, ahí donde segundos antes colgaba un dragón más grande que un Helicarrier.

"¿Todos vieron lo mismo o me estoy muriendo de hipotermia?" dijo finalmente con su tono seco, aunque le costaba recuperar el aliento. Su voz, como siempre, más sarcasmo que debilidad.

"Lo vimos, señor" respondió Hill, sin bajar aún su arma, pero ya sin apuntar a nada en particular. Tenía la mandíbula apretada y la vista alerta, aunque no había blancos visibles para disparar.

El viento hacía mover su cabello.

"¿Quién era?", preguntó Coulson, alzando la vista hacia donde estuvo el portal. Su tono no era de alarma, sino de genuina curiosidad. El tipo de curiosidad que le valía tantos informes extra largos.

"¿La calva mística que acaba de salvarme el trasero?", masculló Fury. Luego giró la cabeza hacia sus agentes más cercanos. "Alguien registre eso como protocolo nuevo: si aparece una señora flotando vestida de azafrán, no disparen... Todavía"

Hill se acercó un par de pasos, bajando al fin su pistola. El vapor de su respiración se mezclaba con el aire helado y miró a su alrededor. La planicie blanca se extendía por kilómetros, interrumpida apenas por las marcas del derrumbe a lo lejos, las huellas de la criatura, y los restos de nieve aún cayendo por los moviendos del Dragón.

"¿La cueva?", preguntó ella, y lo hubiera hecho antes, pero no tuvo tiempo por lo sucedido. "Sepultada", contestó Coulson con un suspiro, mirando el lugar donde antes estaba la entrada. Lo decía con un dejo de pesar académico, como si perdiera una biblioteca, no una base. Luego añadió: "Con suerte algo sobrevivió"

"Con suerte, yo también", gruñó Fury sacudiendose la nieve de su ropa. Luego miró a los demás agentes que todavía parecían perdidos y dijo ya enojado.

"¡¿Qué están esperando?! ¡¿Un nuevo milagro?! ¡Revisen el perímetro, organicen un punto de comunicación y dejen de mirar al cielo como pollos bajo la lluvia!"

Los agentes se activaron de inmediato.

Algunos bajaron la vista como si despertaran de un trance. Otros se miraron entre sí, preguntándose en voz baja cómo harían lo que su director les había ordenado sin equipo. Pero solo suspiraron antes de comenzar sus nuevas tareas.

Hill sacó su comunicador, aunque sabía que tras la caída de la estructura las señales eran débiles o nulas. Aún así, habló:

"Central, habla Maria Hill, hemos tenido... contacto con una figura desconocida. Repito: contacto confirmado. La cueva se derrumbó, el cadáver... Los recursos están comprometidos. El Director Fury sigue con vida. Esperando nuevas órdenes. Prioridad: extracción o refuerzos inmediatos"

No hubo respuesta. Sólo estática.

Fury escupió a un lado, la saliva se congeló antes de tocar el suelo.

"Por supuesto" murmuró.

Coulson sacó una libreta pequeña, que llevaba casi por reflejo, incluso en misiones digitales. "¿Y cómo se reporta algo como esto, Director?... ¿Dragon ancestral resucita y es guiado por una figura monástica interdimensional"?, preguntó con una ceja levantada y Fury lo miró.

"Ponle 'visita diplomática no hostil' y deja espacio para notas"

Coulson apenas sonrió y escribió lo que el Director Fury le dijo. Los demás agentes también siguieron lo que se les ordenó.

...

Un enorme portal anaranjado, cuyos bordes chispeaban con energía incandescente, se abrió en lo alto de una montaña que contrastaba radicalmente con el hielo perpetuo de la Antártida. La nueva cordillera estaba compuesta por laderas escarpadas y terrosas, teñidas de ocre y cubiertas por capas de polvo amarillo que el viento arrastraba sin piedad. Grandes rocas erosionadas, arbustos secos y árboles raquíticos salpicaban el paisaje árido.

La luz cálida del sol teñía todo de un resplandor dorado, filtrándose entre las nubes altas que apenas velaban el cielo.

No muy lejos de la montaña, al pie de una cadena de colinas cubiertas por una vegetación dispersa, se extendía una ciudad antigua pero vibrante.

Sus calles estrechas serpenteaban entre construcciones apiñadas de tejados inclinados y fachadas color tierra, levantadas con ladrillo y piedra en armonía con el paisaje. Algunos edificios eran de varios pisos, con balcones de madera labrada y pequeñas banderas ondeando al viento. La ciudad trepaba suavemente por las laderas, mezclando casas residenciales con mercados al aire libre, plazas modestas y templos menores. En las zonas más elevadas, se distinguían senderos empedrados que conectaban estructuras más grandes con jardines elevados y terrazas comunales, todo envuelto por un halo de serenidad casi ancestral.

En una de esas elevaciones, sobresaliendo del resto como una joya tallada en roca, se alzaba el complejo principal: un conjunto de estructuras de techos verdes y rojizos, dispuestas con simetría sobre terrazas escalonadas. La arquitectura era robusta pero elegante, con columnas gruesas, muros amplios y detalles geométricos que denotaban siglos de tradición. A pesar de su imponencia, el lugar se mantenía en armonía con el entorno, como si hubiese emergido del propio terreno.

A tan solo unos centímetros del suelo, donde se abrió el portal, yacía un cráter colosal. La montaña, rasgada por un impacto, se curvaba hacia aquel enorme vacío como si se inclinara ante algo más grande que ella. Junto a ese abismo, el terreno se hundía con una profundidad suficiente para alojar, sin dificultad, a una criatura de proporciones míticas.

Desde allí, cualquier ser de tamaño titánico podía observar la ciudad cercana, extendida sobre las cadenas de colinas como una alfombra de historia y vida.

Unos segundos después de que el vórtice se manifestara, un inmenso hocico blanco emergió del otro lado. Le siguió un cuerpo majestuoso, que se deslizaba con la gracia de una serpiente celestial. Sus escamas brillaban como perlas a la luz del sol, y sus alas, aún plegadas, sugerían una envergadura que podría cubrir el cielo.

Para cuando la Dragona Blanca estuvo completamente fuera del portal y en pie dentro del cráter, sus ojos recorrieron el paisaje hasta posarse en el conjunto de techos y estructuras que destacaban a la distancia. Allí, en una de las laderas más elevadas, el complejo principal se alzaba, inconfundible, entre los edificios más humildes que lo rodeaban.

Lo observó en silencio, como si intentara reconocer un recuerdo lejano.

Poco después, una segunda figura cruzó el umbral: una mujer de cabeza calva, ataviada con su habitual túnica fluida. Su postura no había cambiado desde el otro lado del portal: las manos entrelazadas a la espalda, la espalda recta, y la mirada firme de quien ha contemplado el tiempo desde fuera de su cauce. Se detuvo justo al nivel de la cabeza de la Dragona Blanca, sin miedo ni asombro. Solo contemplación.

Y durante unos segundos, ambas observaron el lugar. El silencio parecía envolverlas, cargado de memorias antiguas.

Entonces, con un suspiro leve, casi imperceptible, la Anciana habló:

"Esto es Kamar-Taj...", dijo con voz serena, pero profunda, como si sus palabras estuvieran cargadas de siglos. "Mi hogar... El lugar donde comenzó mi guardia... y donde algún día terminará"

Sus ojos no se fijaron en las torres ni en las salas de meditación, sino en el grupo de casas más humildes a los pies del complejo. Allí, generaciones de hechiceros habían nacido para aprender a doblar la realidad, y a defender la existencia. Era allí donde se forjaban los guerreros que mantenían el delicado equilibrio del universo en la tierra.

La Anciana sonrió levemente.

Hablar de su hogar siempre era una experiencia reconfortante, aunque rara vez dejara que el mundo lo notara.

Su rostro permanecía sereno, imperturbable, pero en el fondo de sus ojos danzaba una chispa cálida: la misma que mostraba al enseñar a sus discípulos, aun cuando lo hiciera con severa sutileza. Sin apartar la vista de Kamar-Taj, habló con tono suave, como si estuviera comentando algo trivial, aunque sus palabras cargaban un propósito más profundo:

"No tengo ninguna objeción en mostrarte mi hogar... pero me temo que tu forma actual no pasará desapercibida", giró apenas el rostro hacia la dragona, sus manos aún enlazadas a la espalda. "¿Puedes cambiar de aspecto? Algo más pequeño, quizás... o una forma humanoide, como la mía?"

Lo dijo sin tono imperativo, fue más bien una sugerencia, aunque toda su presencia irradiaba la autoridad de quien rara vez era desobedecida.

El ojo izquierdo ámbar de la Dragona Blanca se posó en la figura de la anciana. La observó detenidamente, como si analizara qué significaba realmente "humanoide", luego ambos ojos se desplazaron hacia el frente, hacia Kamar-Taj, y contemplaron el conjunto de edificaciones con una expresión inescrutable.

Cerró los párpados con lentitud, como quien se entrega a una tarea sin saber si será posible, pero movida por algo más profundo que una simple orden: curiosidad.

No lo hacía por obediencia. Lo hacía para ver si aquello que palpitaba dentro de ella, (ese océano blanco y helado), podía también moldear su forma, así como también había alterado tanto desde su nacimiento; otorgandole más.

Entonces, sin advertencia, su cuerpo comenzó a irradiar un resplandor blanco puro. La energía la cubrió por completo, envolviéndola en una niebla luminosa que parecía condensarse desde el interior de su ser. En cuanto emergió, la temperatura cayó bruscamente. El aire se volvió tan frío que el vapor de la respiración se congelaba al instante, y el cráter entero crujió con un sonido áspero y profundo.

Grietas de escarcha se abrieron en las paredes del cráter, recorriéndolas como venas heladas. Rocas cubiertas de escarcha explotaban con chasquidos secos, incapaces de resistir la repentina expansión del hielo. El suelo, antes rocoso, comenzó a blanquearse, cristalizándose en una capa fina pero intensa de escarcha que emitía una niebla baja, como si el invierno mismo hubiese sido invocado.

La luz aumentó, intensa y pura.

No era una luz cálida, sino una luminiscencia gélida que parecía provenir de un plano más allá del entendimiento humano. Incluso la Anciana, acostumbrada a portales interdimensionales y realidades distorsionadas, entrecerró los ojos.

No por debilidad, sino porque estaba analizando mejor la magnitud (la energía) de lo que presenciaba. Y entonces, tan repentinamente como había comenzado, la luz empezó a desvanecerse.

...

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