La Antártida - Fuera de la Caverna
Los cielos polares, despejados y vastos, revelaban un azul marino profundo que parecía no tener fin. El sol brillaba en lo alto, pero su calor era apenas un susurro frente a los aires gélidos del Ártico, tan fríos que parecían calar directamente en los huesos de cualquiera que no estuviera adaptado a este entorno extremo.
En medio de este paraíso helado, un enorme grupo de personas permanecía inmóvil, todos mirando en la misma dirección. Y de pronto, cualquier pensamiento que los había agobiado se esfumó, porque ante ellos yacía la criatura que hace apenas unos minutos estaba muerta. La que, hasta hacía una hora, no era más que un esqueleto blanco y silencioso en medio de la caverna destruida.
Pero ahora… ahora era otra cosa
Ya no era solo huesos: era carne, músculos, piel y vida. Una bestia colosal de 1.656 metros desde el hocico hasta la cola.
Un ser viviente tan monumental que incluso algunos de los que estaban aquí, familiarizados con el proyecto Helicarrier (la nave voladora más grande jamás construida por la humanidad), sintieron que sus conocimientos y su orgullo eran cenizas frente a esta verdad viviente. Y no era solo por su tamaño... Sino por lo que provocaba en lo más profundo del alma.
Nadie se los dijo. Nadie lo ordenó. Pero muchos sintieron una urgencia instintiva de arrodillarse, de inclinar la cabeza ante ella, y rendirse bajo el peso de su presencia.
Pero nada de esto importaba para el gran dragón, o mejor dicho… la dragona. Porque ella, la Dragona Blanca, acababa de abrir los ojos, y contemplaba por primera vez en incontables eras, el gran círculo blanco más allá de los cielos: el sol.
Sus ojos (de un ámbar profundo, casi hipnótico) se alzaban hacia el cielo azul, y por el rabillo de uno de ellos, notó unas figuras pequeñas. Muy pequeñas…
Con un gesto mínimo, apenas un leve movimiento de cabeza, bajó la mirada hacia ellas. Y entonces, el mundo retumbó.
El aire se estremeció con un estruendo seco, como el choque de titanes invisibles. La vibración cortó la respiración de más de uno, y luego, al mover levemente una de sus patas delanteras, el suelo tembló. No como un simple sismo, sino como si las placas tectónicas mismas se retorcieran bajo la presión de su despertar.
Y así, sin un solo rugido, sin alzar vuelo, sin desplegar su poder… la dragona impuso su dominio. Su rostro puntiagudo descendió con una elegancia pesada y sus ojos ámbar quedaron fijos, inamovibles, sobre los diminutos seres que la observaban.
Con este acto, un silencio sepulcral inundó el lugar. Con una certeza grabada en lo más profundo de todos los presentes: Algo imposible había despertado, y tal vez no haya protocolos suficientes para contenerla.
En ese momento, la dragona los escaneó con la mirada. No le tomó mucho tiempo. Sus ojos, vastos como espejos solares, recorrieron a cada figura en el suelo, uno por uno, como si pudiera ver más allá de la carne, del uniforme cubierto por la escarcha, e incluso a través del alma.
Entonces, con una quieta y enorme curiosidad, comenzó a acercarse.
Apoyó sus cuatro patas, cada una armada con garras tan grandes como automóviles, y con cada paso, la tierra tembló. No era un movimiento cualquiera: el hielo crujía, el suelo vibraba y los sensores enterrados (ahora inútiles bajo toneladas de hielo), habrían registrado un temblor de categoría menor… si aún funcionaran.
Unos cuantos pasos después, la dragona ya se encontraba peligrosamente cerca del perímetro donde se agrupaba el personal de SHIELD. La visión de aquel ser colosal acercándose rompió el hechizo del asombro: los agentes, en un acto reflejo, comenzaron a desenfundar las armas cortas que llevaban en sus muslos. Las armas más pesadas, al igual que el resto del equipo, yacían enterradas bajo el hielo tras el derrumbe de la caverna.
Pero entonces, Nick Fury levantó una mano.
Su rostro estaba sereno, pero sus ojos brillaban. No de emoción ni de miedo… sino de algo más profundo: reverencia, duda, tal vez una pizca de lágrimas, no podía explicarlo. Lo único que sabía era que si uno de sus hombres disparaba por error, ese día escribiría el último capítulo de su vida.
Y aun así su cuerpo temblaba, pero solo un poco, apenas perceptible. Lo suficiente como para que él mismo lo notara… y obviamente lo negara. En la otra mano sostenía un dispositivo, un transmisor oculto en su abrigo que estaba codificado para llamar (en casos extremos), a una mujer que en ese momento orbitaba entre las estrellas. Solo por si acaso.
Nick Fury carraspeó, dio un paso hacia adelante, y rezó. No a ningún dios. Rezó porque las historias que hablaban de dragones como seres sabios y pacientes fueran más verdad que mito. Porque si no lo eran, estaban todos condenados.
Y para su fortuna, lo eran.
Porque la Dragona Blanca, aquella que había dormido durante eones bajo el hielo, no buscaba guerra ni venganza.
Solo… curiosidad.
Curiosidad por los pequeños insectos que ahora caminaban sobre una tierra que no le resultaba completamente desconocida, pero en la que jamás antes había visto seres como esos, al menos no en toda su existencia, que se remontaba a los tiempos remotos en que el mundo era joven y los continentes aún rugían.
"¡Soy Nick Fury... Estos de aquí son mi personal... ¡Ninguno tiene malas intenciones...!" Nick habló fuerte y claro, proyectando la voz como si intentara hacerse oír por una montaña. Una criatura de ese tamaño no podía percibir la voz humana como otra cosa que un murmullo insignificante, y él lo sabía.
No podía parecer débil. No ahora.
Al mencionar al resto de SHIELD, Nick no se giró, no necesitaba hacerlo. Bastaba con solo nombrarlos para asumirlos bajo su protección. Aun así, lo que más temía el Director de SHIELD finalmente se hizo realidad. La dragona, que se había detenido al ver que los pequeños insectos no huían, fijó la mirada especialmente en el que se atrevió a acercarse, chillando palabras incomprensibles para ella.
Ladeó la cabeza con gesto contemplativo, como preguntándose si aquel bicho de color distinto era de una especie diferente.
Entonces, movida por una curiosidad más intensa ante la valentía de los pequeños, estiró la pata delantera derecha (manteniéndose estable con la otra y sus patas traseras) y la acercó lentamente hacia Nick. Este abrió los ojos como platos, al ver aquellas garras del tamaño de un automóvil descendiendo hacia él con claras intenciones de atraparlo.
Por puro instinto, Nick quiso retroceder, pero en cuanto su cuerpo intentó moverse, sintió como si una fuerza invisible lo atara en su lugar. Una presión etérea lo mantuvo clavado al hielo, como una presa acorralada por su depredador. "~¡¿Pero qué?!~" gruñó Nick con dificultad al verse paralizado.
Comenzó a forcejear, a mover los brazos, pero sus intentos fueron tan inútiles como gritar en el vacío. Incluso la mano que antes había alzado en señal de paz ahora no valía más que el aire que lo rodeaba.
¿La causa? Bueno... uno de los agentes, al ver acercarse aquella garra colosal, no pudo más, y alzó temblorosamente el arma que aún llevaba consigo, oculta bajo el abrigo. Era un agente de Nivel 1 recién ingresado, de rostro joven y caucásico, que no llevaba más de unos meses en SHIELD.
Aunque había sido entrenado en la Academia, no era lo mismo estar en el aula que en el campo, enfrentando lo imposible.
Y si estaba allí, en medio de una misión para contener una anomalía sin precedentes, era porque uno de los agentes de Nivel 3, y uno de los encargados de la vigilancia en este páramo helado, no había podido presentarse. Así que él había sido el sustituto improvisado.
Por lo tanto, el coraje en su pecho no fue suficiente. Ni la disciplina aprendida, ni las advertencias recibidas pudieron detener el impulso. Sus manos temblorosas, con el dedo apretado en el gatillo, dispararon una bala. Un solo disparo, silencioso en su intención, pero ensordecedor en su consecuencia. La bala atravesó el aire polar, partiéndolo con su zumbido, y rebotó en las escamas inmaculadas del Dragona Blanco.
Pero como si de un mosquito moribundo se tratase, la dragona ni siquiera parpadeó. El proyectil no logró penetrar la superficie de sus escamas, y ni siquiera dejó una marca superficial. Su atención no se desvió, no mostró ninguna incomodidad y continuó con su intención original. Sin embargo. El silencio que siguió fue absoluto.
Los agentes de SHIELD giraron la mirada al joven. Algunos con sorpresa, y otros con rabia mal contenida, especialmente Nick, que aún atrapado por esa fuerza invisible le dirigió una mirada de muerte, una que bastaba para congelar el alma a cualquiera.
Fue una suerte que el resto del equipo estuviera compuesto por profesionales y que ninguno desenfundó ni disparó. Nadie deseaba convertirse en el insecto que despertara la furia de un ser capaz de borrar su existencia con un resoplido.
Nick, sin poder moverse por mucho que se removiera, no tuvo otra opción más que rendirse a su destino. Después de todo, ¿tenía otra alternativa? Estaba atrapado, inmóvil, y claramente la bala disparada por el estúpido agente no le había hecho ni cosquillas a la criatura. ¿Tenía alguna posibilidad de resistirse? Claro que no.
Era mejor entregarse a la curiosidad que brillaba en los ojos del ser gigantesco, antes que provocar su ira.
La dragona tomó a Nick entre sus dedos con un cuidado inquietante, procurando no dañarlo con sus enormes uñas. Desde su perspectiva, aquellas garras apenas sobresalían de sus dedos, diminutas en proporción con el resto de su cuerpo. Pero desde la visión de los pequeños insectos a sus pies, esas mismas uñas eran armas letales. Si se le escapaba un solo movimiento en falso, podría atravesarlos y no quedaría nadie con vida para contarlo al día siguiente. Ella lo sabía. Por eso, midió con delicadeza cada movimiento al levantar al bicho de color diferente.
Nick solo apretó los dientes al sentir cómo lo alzaban como si fuera un muñeco de trapo. No dijo ni una palabra, pero su intensa mirada lo decía todo. Irradiaba tensión, incomodidad y quizás, un arrepentimiento silencioso por no haber activado su línea de salvavidas cósmica, por si acaso.
Muy pronto se encontró cara a cara con la gran dragona. Sus ojos, de un marrón castaño profundo, se cruzaron con los suyos, de un naranja ámbar brillante, como dos astros mirándose mutuamente en mitad del vacío. Por un instante, Nick pareció hundirse en aquel abismo cálido e insondable, pero sacudió la cabeza de inmediato, recuperando el control de su mente y sus emociones.
Por muy majestuosa que fuera la figura que lo sostenía entre sus garras, no podía dejarse seducir así como así. Si lo hacía, no sería digno de llamarse Director de SHIELD. El mismo que había construido su imagen como un hombre indomable.
En ese momento, uno de los agentes se acercó a María Hill, quien ahora ostentaba el mayor rango operativo entre ellos, ya que su jefe había sido tomado por la criatura.
"Señora… ¿Qué medidas debemos tomar?", preguntó el agente, un operativo de nivel 3 que intentaba mantener la compostura frente a lo que presenciaban.
"Por el momento permanezcamos quietos… El director lo ordenó. A menos que la bestia adopte una postura defensiva, nosotros no haremos nada" respondió Maria con voz firme, sin quitar los ojos de encima de la enorme mano que sostenía a Fury como si fuera un simple objeto de colección.
"Como diga", asintió el agente, con el rostro tenso y el pulso contenido.
Mientras tanto, en otro lugar del mundo, muy lejos del frío antártico, una cabeza calva meditaba en absoluta quietud en el corazón de su santuario.
...
Kamar-Taj - Nepal
La Ancestral, la Hechicera Suprema del plano terrenal, se hallaba en su habitación privada dentro del complejo de Kamar-Taj, en Nepal. Sentada en postura de loto sobre una alfombra tejida a mano, mantenía las palmas vueltas hacia arriba una sobre la otra, y los pulgares apenas tocándose, así formando un óvalo sereno en su regazo.
Su espalda erguida como un mástil, su respiración profunda pero serena, y su cabeza ligeramente inclinada hacia el centro del pecho, eran signos de una disciplina espiritual y mental imposible de romper.
Su atuendo era tan inconfundible como simbólico: túnicas fluidas de tonos dorados y ocres, cruzadas sobre su torso como hojas recogidas por el viento del destino, reforzadas por un cinturón negro de estructura oriental. El interior de la túnica, más claro y con pliegues simétricos, se fundía con el tono marfil de su piel, creando una figura que parecía ajena al tiempo. En su cuello colgaba el Ojo de Agamotto, el artefacto místico que le permitía observar el flujo del tiempo como si fuera un río de cristal eterno. Su presencia imponía respeto y, al mismo tiempo, una profunda calma.
El cuarto donde meditaba era un templo en sí mismo: una sala silenciosa y ancestral, cuyas paredes de piedra estaban revestidas con estantes de madera tallada que guardaban pergaminos, grimorios, artefactos olvidados por la historia y relojes sin manecillas. Una lámpara de aceite lanzaba sombras danzantes que parecían moverse al ritmo de la energía arcana que fluía en el lugar. El aire estaba impregnado con una fragancia sutil a sándalo y jazmín, cargado con la sabiduría de siglos.
Por último, una laptop plateada descansaba en un pequeño pedestal de madera tallada a su derecha, cerrada pero encendida, con una luz tenue en su borde.
Para muchos, que una guardiana de los secretos místicos del universo y una mujer tan anticuada como ella tuviera un pie en la tecnología del mundo moderno, era una ironía silenciosa, casi cómica, pero también un guiño a su disposición de observar el presente desde todos los ángulos.
Y mientras yacía en su trance, observaba con precisión quirúrgica las bifurcaciones del futuro. Las sendas se desplegaban como ramas de luz frente a su mente, y el Ojo de Agamotto pulsaba suavemente con un resplandor verde cada vez que una de esas líneas se ramificaba o corregía. La Ancestral, en ese momento, se aseguraba de que todo avanzara hacia la armonía, que el equilibrio de las fuerzas ocultas no se viera alterado por caprichos cósmicos.
Después de todo, su responsabilidad era proteger la Tierra de cualquier amenaza mística, incluso aquellas que los humanos ni siquiera podrían percibir como tales.
Pero entonces, en medio de esa contemplación, algo sucedió.
Los fragmentos del destino comenzaron a volverse oscuros. No con violencia… sino con una calma inquietante. Como si el tiempo mismo se negara a revelarse, como si algo o alguien estuviera comenzando a deformar las líneas sagradas del porvenir.
La Ancestral abrió los ojos con serenidad. Su expresión no cambió; no mostraba miedo, sorpresa ni ira. Solo ese gesto habitual de comprensión profunda, como si acabara de leer una advertencia silenciosa escrita en el tejido del cosmos.
El Ojo de Agamotto respondió con un destello más intenso.
Algo había entrado en juego. Y lo que se avecinaba… no pertenecía a este mundo.
Nuevamente cerró los ojos con la misma calma que la caracterizaba, pero esta vez no lo hizo para intentar ver el futuro, sino para rastrear la causa que había sumido al mundo (y a su artefacto más preciado) en el mismo abismo oscuro de antes. Así, usando los vastos conocimientos y habilidades acumulados en sus 691 años de vida, comenzó a buscar cualquier anomalía energética, dimensional o mística que pudiera haber bloqueado la capacidad del Ojo de Agamotto para percibir el futuro.
Pasado un minuto de concentración, en el corazón del continente helado, encontró la firma energética de una criatura parecida a otras que había observado anteriormente. Sin embargo, a diferencia de esas entidades menores, esta era distinta, verdadera. Su presencia desbordaba poder real, tangible, destructivo. Y junto a ella, pudo ver al equipo de S.H.I.E.L.D. reunido... Y a un Nick Fury atrapado entre las garras de la criatura.
La anciana abrió los ojos.
Su mirada se tornó contemplativa, sopesando con serenidad sus próximos pasos. Había visto muchas amenazas en su vida, pero esta criatura, esta dragona, no proyectaba malicia hacia el grupo que, en teoría, protegía al mundo. En las turbias aguas del caos que solían envolver la Tierra, este grupo brillaba como una gota clara.
Lo que decidiera hacer en los próximos minutos podría inclinar la balanza: sumar un aliado… o atraer a un nuevo enemigo. Y sinceramente, prefería lo primero, ya había suficientes problemas sobre sus hombros como para cargar con uno más.
Entonces, se levantó con dignidad, se alisó las ropas con una calma precisa y colocó el Ojo de Agamotto correctamente sobre su pecho. Alzó la mano, dibujó un círculo en el aire con destellos anaranjados y cruzó al otro lado del portal. Solo para encontrarse con la imagen de Nick Fury, pataleando frenéticamente, suspendido entre las fauces abiertas de la Dragona Blanca y a tan solo un parpadeo de convertirse en su cena.
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